martes, 6 de abril de 2010

Como han pasado los años




Era una tarde nublada de Sábado en San José. La idea de ir a tomar unas cuantas fotos a la Plaza de la Cultura, me resulto buena para quitarme un tanto de pereza de encima y despistarme un rato. Me cambie de ropa, pantalón negro de corduroy para poder ponerme mi bombín negro, una camiseta con un ídolo de los años setentas y un suéter gris fueron sin saberlo algunos elementos para aplicar cierto camuflaje en la actividad a la que llegue, sin invitación, pero con curiosidad. No encontré músicos que fotografiar en la Plaza de la Cultura, quizás llegue a la hora del café o simplemente era su día libre, no lo sé, el punto es que el Sol ya se empezaba a ocultar, ya eran alrededor de las 5:30. Tome rumbo al Parque Morazán, donde recordé que en la antigua Fábrica Nacional de Licores había actividades interesantes y dije “porque no ir”. Llegue a la entrada, era gratuito, pregunte que había y el portero me dijo que unas actividades para los adultos de la tercera edad mientras me veía con cara de “estas fuera de lugar”, entre, un fuerte Swing Criollo me dio la bienvenida, en la tarima unos bailarines que degustaron a los presentes que después de su número bajaron para dar unas cortas clases y compartir con lo que si estaban invitados y si sabían de la actividad. Tras la invitación algunos saltaron de enseguida y tomaron posición en la pista mientras otros necesitaron de la música para perder la pena y ponerse de pie para ir a moverse. La cosa calentó, ya no hacia frio y a pesar de que había cafecito y tamales para el frio el baile resulto la primera opción. Los años no pudieron quitar los dotes de baile de algunos inclusive confieso que me podrían dar clases de baile ya que eso no es mi fuerte. Mientras los admiraba ponía atención a diversos personajes que decidieron ponerse de gala esa tarde noche, no faltaban los sombreros, los trajes enteros, los lindos vestidos de noche, buenos peinados, buen maquillaje y algunos no dudaron en hacer la diferencia con buen peinado con gel o aquel que llevaba bien lucida su boina calada diciendo sin decir que la revolución y él comparten las canas. El anfitrión dijo lo que todos querían escuchar, “a continuación Lubin Barahona . Después del anuncio pasaron unos 10 minutos mientras se acomodaba la orquesta y algunos tomaban aire. Ya era de noche, leves luces a los alrededores, algunas velas alrededor y un swing instrumental rompió el ya delgado hielo. De inmediato resalto el mas perseguidor de la banda según ellos mismo lo reconocieron, Topito como de cariño le dicen. No falto mucho para que la pista se llenara, las parejas recordaron aquellos tiempos en que cada canción era la del momento, los que no tenían pareja solo esperaban al lado esperando una invitación siempre bien recibida. La nostalgia era más palpable que el frio, un nudo en la garganta se nos hizo, si a mí también, cuando la orquesta toco Como han pasado los años. No soy adivino pero los ojos hablan y decían que el recuerdo de amores, despedidas y reencuentros obligaron a hacerse el fuerte y apretar a la pareja de turno que quizás en el mejor de los casos era la pareja de vida la que no se fue junto al tiempo sino mas bien se quedo para contar canas y momentos. No podría comparar jamás sus historias con la mía pero he de admitir que el nudo en mi garganta también tenía una razón, respondía al deseo de ser como ellos cuando sea grande y compartir quizás la misma canción quizás en otro tiempo y espacio pero de igual manera con esa persona que si sabe de qué manera han pasado los años. La canción duraba no se tal vez unos cuatro minutos pero para todos fue un instante sin tiempo en el que simplemente se detuvieron los relojes y volvió a ser ayer todavía. El baile siguió, creo que no hubo mejor manera de romper el hielo, luego todo fue “bailongo” y risas. Mientras seguía actividad se sumaban las parejas unas llegaron, tarde otras recién hechas, otras reencontradas; lo importante era no quedarse sentado ni a la orilla de la pista esperando que un caballero ofreciera una bailadita. Lo admito, fui de los muy pocos que se quedaron viendo, pero no era un espectador más ni un incomodo mirón, simplemente para ellos yo no estaba, yo no existía; ellos estaban en su momento. Ya eran aproximadamente las nueve de la noche, empezaba el final del baile cuando una simpática señora se me acerco y me dijo, “sabe algo: usted se parece a mi difunto esposo, el murió en la guerra del 48 pero sabe, aquí sigo, hoy baile con él aunque él no lo sepa”. Quizás a ella le esperaba una “cofaliadita” para dormir mejor pero a mí me esperaban algunas dudas existenciales y unas cuantas hojas en blanco para tratar de plasmar ese momento.

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